El estrépito de los fusiles en la lejanía estremece la tierra. El circo montañoso a su espalda parece protegerle de la batalla que trascurre al otro lado de los picachos. Avanza, tropezando con los guijarros sin detenerse a evaluar si alguien lo observa. Es la primera vez que Gabriel rompe la formación en plena batalla, comportándose como un emboscado y abandonando a sus compañeros a su suerte. La belleza del paisaje le traía recuerdos de la infancia y de los buenos ratos pasados con Sara. Según se acercaba al pueblo, su corazón latía cada vez con mayor fuerza. Ya no había vuelta atrás pronto se reuniría con ella.
Sara era hija de una familia numerosa de una aldea Leridana. Con ocho bocas que mantener sus padres la entregaron a los dueños de una posada para trabajar en ella, a cambio de su manutención. Los Venancio eran dueños no solo del hostal, sino también de la tahona, donde trabajaba su primogénito Gerardo. El cual pretendía casarse con Sara, desde niño estaba enamorado de ella, pero Gabriel sabía que en el fondo de su corazón: Sara lo prefería a él. Tenía miedo de que después de tanto tiempo, Gerardo ya la hubiera tomado como esposa. Entonces todo aquel viaje para verla, sería una completa estupidez que aun por encima podría costarle la vida.