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Jane Barret investiga el caso de la demoledora caída de un hombre por un precipicio en extrañas circunstancias. Su esposa Andrea no hace nada por impedirlo.

Andrea hacía tiempo que no era dueña de sus actos, después del accidente en que perdió la vida su hija, su cabeza no había vuelto a funcionar igual. A veces su mente se quedaba en blanco por espacio de una hora y perdía la noción de la realidad. Comenzó a evitar cualquier contacto con su marido. Ella era consciente de que la pareja nunca se recuperaría del trauma. Andrea se mantenía distante con él porque en su fuero interno seguía culpándole de conducción temeraria, por no aminorar la velocidad antes de acometer la fatídica curva en que su hija perdió la vida.
Desde la muerte de Laura, ella creyó que los dos habían tocado fondo y que aunque lo pretendiesen: era imposible hundirse más en el fango. Esa tarde al ver caer a su marido por un acantilado a Andrea no le quedó otro remedio que reconocer que todavía se podía ir más abajo. Quizás hasta las puertas del mismísimo infierno. Ella se apartó a un lado y permitió que su esposo se precipitase al vacío tras tropezar en una roca. La policía investigaba un posible delito de omisión de auxilio. Aunque pronto descubrirían que detrás de ello, había una larga historia de abusos y traiciones.

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