Caminaban inmersos en la belleza de un bucólico paisaje, después de dejar atrás las gramas y sentarse sobre el suave tapiz arenoso de la cala, se acurrucaron frente al mar. «Arrímate más a mí, así no te cogerá el frío», las palabras de Blas le llegan cadenciosas, como desprendidas por las olas. Resulta mucho más complicado seducir que ser seducida, Adela lo sabe, por eso esperó pacientemente los próximos movimientos del maestro. Su estrategia dio resultado: las caricias y los besos se sucederían, la pasión iría en aumento y finalmente terminarían amándose sobre la arena. Ella le suplicó que no se moviera. «Quiero tenerte así toda la vida.»
La memoria viaja sobre los hombros del lenguaje. Los recuerdos aquí ya no forman parte del pasado, son la manera tan peculiar de entender la literatura de este autor orensano. Entre pinceladas de humor, sensualidad e ironía, Javier Montes nos traslada a los locos años veinte, donde los protagonistas luchan cuerpo a cuerpo contra la fatalidad y la tristeza, alimentando nuevas ideas revolucionarias que harán temblar los cimientos de toda una generación.
Durante aquellos candorosos días, Blas le trasmitió a Yago sus conocimientos. La huella del maestro había calado hondo en él. Llegando con el tiempo a convertirse en una prolongación de su mentor, Yago comenzó a poner en práctica con éxito todas sus enseñanzas. Desnudaba a sus amantes con la mirada, como paso previo antes de completar el cortejo. Lo hacía sin apenas utilizar palabras, solo las necesarias. Sacando el máximo provecho a los silencios, tal como le enseñó Blas.